Superar miedos puede parecer sencillo en la teoría. Sin embargo, no lo es tanto cuando intentamos poner esto en práctica.

Porque los temores nos hacen dar pasos hacia atrás agigantados, para evitar enfrentarnos a las emociones dolorosas que nos terminarán abordando.

En ocasiones, nos encontramos lamentándonos porque no somos capaces de superar miedos por nosotros mismos. Clamamos ayuda y le echamos la culpa a otros o a la mala suerte.

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No nos damos cuenta de que la solución y la explicación de por qué los estamos sufriendo está en nosotros mismos.

Las emociones que reprimimos, el cuerpo las somatiza

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A veces, tenemos ansiedad de repente o pasamos días sufriendo un terrible dolor de cabeza que parece no irse nunca.

Odiamos tanto la sensación de estar mal, de sentirnos fatal, que nos centramos en nuestro dolor sin intentar analizar qué ha ocurrido y qué ha podido provocar lo que ahora estamos sufriendo.

La ansiedad puede haber sido el resultado de unas experiencias relacionales en las que tenemos miedo a perder a otras personas o a la posibilidad de que nos abandonen.

El dolor de cabeza que sufrimos puede haber tenido su origen en una serie de preocupaciones excesivas y que no nos llevaban a ninguna parte sobre determinados elementos que aún siguen presentes en nuestra vida.

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Creemos que cuerpo y mente están separados, pero no nos damos cuenta de que, lo que no conseguimos liberar de alguna manera, termina manifestándose en nuestro cuerpo como una señal de alerta.

No es que nuestro cuerpo quiera hacerse daño a sí mismo, sino que nos está avisando de que hay algo que tenemos que cambiar.

Sin embargo, ¿qué hacemos la mayoría de las veces? Ignoramos estas advertencias…

Superar miedos es importante para evitar sumergirse en bucles autodestructivos

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Superar miedos, mirarlos a la cara y dejar de ignorarlos es imprescindible para evitar sumergirnos en un bucle de dolor y autodestrucción.

Nuestros temores no se irán por su propio pie. Necesitan que los enfrentemos, que les pongamos una solución. Los miedos permanecen o desaparecen según las decisiones que tomemos.

Es verdad que mirar a los miedos de frente duele ya en un primer momento. El dolor será tan intenso que nos instará a escapar, a huir de esa sensación tan desagradable que nos hace sentir tan mal.

No obstante, no resistir y optar por escapar provocará que sigan ahí, que poco a poco vayan creciendo y que sus manifestaciones en nuestro cuerpo se hagan cada vez más presentes.

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Un brote de ansiedad puede derivar en un eccema en la piel. Un dolor de cabeza puede terminar siendo una migraña insoportable.

Darle la espalda a nuestros miedos y mantenernos en una situación que nos provoca una gran infelicidad nos transformará en personas grises, carentes de color y de brillo.

Escuchemos a nuestro cuerpo, utilicémoslo como un impulso

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¿Qué tal si empezamos a escuchar a nuestro cuerpo? A dejar de hacer oídos sordos y escuchar atentamente qué es aquello a lo que tenemos que enfrentarnos.

Puede que sea decirle lo que pensamos a alguien, romper con una relación de pareja que nos está haciendo mucho daño o cambiar de forma radical la manera en la que estamos viviendo.

Utilicemos la información que nos puede dar nuestro cuerpo para ganarle ventaja a nuestros miedos y así saber cómo podemos hacerles frente y que, poco a poco, la fuerza que hoy tienen vaya menguando.

Tenemos que tener bien presente que los miedos son tan solo miedos. En ocasiones, ni siquiera son reales, sino que los hemos creado nosotros debido a inseguridades y creencias erróneas que albergamos en nuestra mente.

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Seamos valientes. Tomemos el dolor de nuestro cuerpo como un aliado. No intentemos aplacarlo con medicamentos que tan solo conseguirán paliar la molestia de forma momentánea.

Si persiste, es que a algo nos estamos resistiendo. Abramos bien los oídos, analicemos las situaciones a las que nos hemos enfrentado recientemente, cómo estamos actuando.

Nuestro cuerpo nos dirá si estamos yendo o no por el camino correcto.

 

 

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