¿Cuántos juicios haces cada día? Puede que no te des cuenta de ellos, porque se encuentran bastante automatizados. Sin embargo, te sorprendería la cantidad de ellos que realizas sin pensar cada día de tu vida.
A veces, pensamos que juzgar a alguien es algo que se tan solo hacemos cuando hablamos. Sin embargo, también juzgamos a las personas en nuestra cabeza, con nuestros pensamientos.
Lo que ocurre es que, al no verbalizar lo que pensamos, creemos que nunca llega a materializarse.
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Los juicios son opiniones que nos formamos sobre los demás, e incluso sobre cosas.
Asimismo, todo esto está fuertemente influenciado por lo que dice nuestro entorno, por la cultura en la que hemos nacido o por nuestras propias experiencias.
Sin embargo, ¿cuántas veces hemos juzgado a alguien y después nos hemos dado cuenta de lo equivocados que estábamos?
Los juicios provocan que generalicemos y nos hacen caer en equívocos, impidiéndonos abrirnos para observar a los demás tal y como son.
Lo que hoy juzgas, mañana puede hacerse realidad
¿Has opinado alguna vez sobre lo infiel que la vecina es con su marido? ¿Le has negado el saludo por eso?
Cuidado con lo que hoy juzgas, porque la vida da muchas vueltas y lo que hoy consideras un motivo para odiar, tratar mal y criticar a alguien, mañana puedes vivirlo en tus propias carnes.
Somos seres humanos y, como tales, cometemos errores. Es más, somos seres humanos con voluntad para vivir nuestra vida tal y como deseamos experimentarla.
Sin que los demás tengan que juzgarnos por ello.
Esa vecina a la que juzgaste, ¿y si mantiene una relación abierta con su marido?
Tal vez, su marido también le sea infiel y tan solo le está devolviendo esa traición a su manera, o quizás ya no le quiera pero está con él por miedo, por obligación o por interés, ¡quién sabe!
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La gran cuestión que surge aquí es que esa persona puede hacer lo que quiera y en ningún momento nosotros podemos juzgar sus actos como algo malo.
Porque no sabemos los motivos que hay detrás ni tampoco los problemas a los que puede estar sometida. Tan solo vemos una fachada, nos quedamos en lo meramente superficial.
Podemos estar o no de acuerdo con su manera de actuar. Sin embargo, rechazarla, odiarla o guardarle algún tipo de rencor es un error.
No estamos en su piel, ni en su situación y quién sabe si el día de mañana nosotros nos encontraremos en una circunstancia similar.
Claro que nuestro primer pensamiento será “¡no, nunca!”. No obstante, esto es porque tendemos a ver siempre lo negativo en los demás. En cambio, no somos capaces de ser autocríticos con nosotros mismos.
Los juicios precipitados te llevan por mal camino
Juzgar precipitadamente a alguien puede evitar que conozcas a una bella persona, incluso que puedas tener la capacidad de ayudarla si lo está pasando mal.
Alguien que trata de forma brusca a los demás o que siempre está enfadado no tiene por qué ser una mala persona, quizás tan solo está expresando lo triste, solo y desgraciado que se siente.
Porque, en ocasiones, la tristeza se camufla bajo la rabia.
También ocurre con esas personas a las que puedes rechazar y no acercarte porque su forma de vestir hace que salgan de ti diversos juicios.
Quizás sean maravillosas y te estés perdiendo una gran oportunidad de rodearte de grandes amigos.
Los juicios a veces están llenos de experiencias vividas que provocan que generalicemos. Pero, ¿generalizar es una buena idea?
No siempre nos tiene que pasar lo mismo, no todas las personas son iguales ni tampoco las circunstancias.
Lanzar juicios sin control alguno es algo muy fácil. Lo difícil es desprendernos de ellos, abrir los ojos y quitarnos esas gafas que provocan que no veamos a los demás tal y como son, sino tal y como nosotros creemos verlos.
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Si nos enfadamos cuando alguien nos juzga, debemos mirar hacia nosotros para descubrir si también estamos juzgando.
No olvidemos que las demás personas son grandes espejos nuestros y que nos permiten analizar y ver aquello que tenemos que cambiar.
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